Durante un largo tiempo de mi vida recuerdo que la Naturaleza me dolía, literalmente, mi cuerpo físico se estremecía de dolor ante las heridas a las montañas y los árboles especialmente. La tristeza atenazaba mi garganta con los ríos contaminados y los incendios voraces hasta el punto de dejarme sin aliento.
Con el correr de los años, comprendí que
debía gestionar esas emociones para evitar que sean cárceles de sufrimiento
estéril.
En la búsqueda de aprenderlo me fui colgando
de las estrellas, preguntando al infinito, pero no encontré muchas
respuestas. La inmensidad del cielo
habla con palabras lentas, su eco se diluye en los eones del tiempo. Mas, antes de que me pierda en la nebulosa
inabarcable, la Luna me rescató en un abrazo que me devolvió la mirada hacia
dentro. Al espacio que mi Ser habita en
este viaje. Allí estaban algunas
respuestas, susurradas desde abajo, desde ese saber milenario cobijado en el
manto de la Tierra. Sintiendo,
escuchando, pulsando su tiempo, ella me fue guiando.
La Luna oscura llamó al descenso a mis raíces
dormidas de tanto sueño de estrellas; y ellas respondieron con la sed de quien
viaja demasiado lejos. Hasta el fondo
nos tejimos, explorando la intimidad de la Tierra desde el centro luminoso de
mi útero sagrado. Entonces reverberaron
los hilos dorados del Corazón de la Tierra, y el eco de su canto colmó de
respuestas mi Alma.
Brotaron en mí semillas de consciencia, que
germinaron y florecieron en emociones diferentes. La Tierra habla con sabiduría
sobre la Vida y la Muerte. Capa sobre
capa se tejen las verdades, y a cada cual toca hacer florecer su semilla.
La Tierra camina su tiempo, sin prisa y sin
pausa. A nadie obliga y a nadie
cuestiona. Nada teme la Tierra que todo
nos otorga, porque es su tiempo el que marca las horas. Nada está en juego en
este sueño de trampa, más que la propia existencia de la especie humana. La Tierra es fecunda fuente de Vida de toda
semilla que tiene en su memoria. Dolor y
pérdida son de naturaleza humana. La
Vida perdura más allá de las razas. Quienes
hunden sus raíces hasta el Corazón de la Tierra, se nutren y a la vez sostienen
la Vida que nos regala. La Luna ilumina
el sendero con la Luz del Misterio que todo lo dice al oído del Alma.
La Tierra es Sabiduría de Paciencia y Templanza. De voluntad inquebrantable, de Vida y Esperanza. Nada sobra y nada falta más que el aprendizaje humano de esta Verdad Inalterada.
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