Es el momento en que se nos brinda la oportunidad de tener ante nosotras la luz y la oscuridad en igual proporción, un tiempo para observar con ecuanimidad el trabajo realizado y los frutos disponibles para la cosecha.
Dentro de la cosmovisión ancestral andina de nuestro hemisferio sur de Abya Yala, el Equinoccio de Otoño es la época en que las plantas llegan a su madurez. El tiempo para empezar a probar el fruto de la cosecha. Es la fiesta de la madurez.
Madurez que logramos año tras año, cuando aprendemos a transitar los eventos circunstanciales como experiencias de aprendizaje.
La Tierra señala claramente cada paso que hemos de dar para alcanzar nuestra madurez. Sin embargo, las enseñanzas que nos brinda se nos desdibujan ante la urgencia, el ruido y el plástico (como dice Eduardo Galeano)
Cultivar nuestros alimentos, aunque más no sea un pimiento en una maceta, nos permite recuperar la conexión con ese contenido de sabiduría profundo que palpita en el seno de la Tierra.
La observación diaria del proceso de la planta unido a nuestro proceso emocional es el camino de aprendizaje para el BienVivir.
Y para nosotras, las mujeres, que llevamos la semilla de la ciclicidad y la germinación en nuestra Tierra-Nido-Útero-Cueva la observación de los tiempos naturales de la Luna, la Tierra y el Sol en su danza eterna, es la puerta de ingreso a la Vida con la plenitud y el poder de la Sacerdotisa, de la Mujer Sabia, de la Bruja que pulsa el ritmo sagrado de la naturaleza en su danza sobre el suelo que pisa.
Bienvenidas mujeres chamanas, Bienvenidas mujeres sacerdotisas, Bienvenidas Mujeres que se reconocen hijas de la Tierra, nietas de la Luna, amantes de la Vida.
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